lunes, 20 de febrero de 2017

Poesía en seis cuerdas



Saltando al vacío. Impulso visceral. Giros inesperados entre sueños efímeros. Eutanasia terrenal. Corazones de alquiler. Tus alas para volar. Tus pies para volver.

De esencia frágil. De aparente seguridad. Como un castillo de naipes. Como estatuas de sal.

El viento por ciento. Es todo lo que te di. Es todo lo que tengo. Es la abstracción en cada verso. Lo que ocultabas en cada cicatriz, lo que atesorabas en cada beso.

No me salen las palabras. Idealizándote cuando te alejas. Sin saber aprovecharte cuando te tengo cerca. Otro cuento sin hadas.

A solas. Temiendo reunirme conmigo. Escribiendo en arenas movedizas. Entre micro infartos. Descifrando siluetas, jugando con el pasado.

Mi siniestrado corazón en el exilio, ahorcado en puntos suspensivos. Un piano. Una colección de sinsentidos.

Descalzo. Sin aire. Caminando entre cristales rotos. Viviendo en simulacros. Despegar sin movernos. Volar con los pies en el suelo.

Delirios en trincheras. Acariciando tus sombras. Metaliteratura. Poesía en seis cuerdas. 

Bob Dylan & Joan Báez

lunes, 6 de febrero de 2017

Highway 61



Perdona la tardanza. Y la caligrafía. Y las formas. El entrar sin llamar.

Por favor, perdóname. La falta de imaginación me lleva a escribirte a ti. A describirnos a nosotros. Por dentro. Desnudos. No me pidas derechos de autor. No denuncies mis licencias artísticas.

Siento que tengas que enterarte así. Sin música, sin trucos, sin magia. En realidad, siento no sentirlo. Siento que tengas que leer esta carta. Que me tengas que sostener otra vez entre tus manos. Como en Highway 61, donde nació todo. Donde Bob nos bendijo.

Pido disculpas por cada reproche, por escribirte cada día, por susurrarte al oído cada noche. Sé que no me oyes, que no me lees, que no te pedí permiso. Que mis canciones siguen provocando los llantos del vecino del último piso.

A él también le ruego que me perdone. Aunque en el fondo me consuela saber que no soy el único que llora nuestra relación. A pesar de las veces que le escucho gritar “deja de romperme el corazón”.

Desnudo como un árbol en otoño. Muros en la cabeza. Pánico escénico cuando subo a tus ojos a recitar mis poemas. Acústicas taquicardias cuando tu mirada se tambalea. 


Mi amuleto, mi talismán. Mi bendita fortuna, mi suerte. Las fotos del desván. La vida antes de la muerte.

Tus lágrimas tatuadas en mi piel. Corriendo como la pólvora. La que se esconde entre las balas que ocultan tus palabras.

Dos pistoleros, frente a frente, disparando letras sin piedad, a quemarropa, tirando a matar. Un folio de por medio. Su puntería imposible de esquivar.

Deslizándonos entre rayos. Cuando soy mi propia víctima. Cuando soy yo el que está al otro lado. Terapia insana. Ese espejo que me separa de mi reflejo, y que aún así siempre me gana.

Periódicos que anuncian el final de la tercera guerra mundial. Nuestra despedida, la portada definitiva.

Te pido perdón por no perdonarte. Por no perdonarme. Por no perdonarnos. Te pido perdón por no saber reaccionar bajo presión, por no haber sabido recoger tus versos entre tanta explosión. Conciliarme con tus besos entre cañón y cañón.